jueves, 20 de enero de 2011

María mujer del Adviento


El domingo pasado comenzamos el tiempo de Adviento para recordar que siempre es Adviento, dice “el Libro de la Sede” en su monición del 1er Domingo, de Adv. Adviento es mirar al futuro; nuestro Dios es el Dios del futuro, el Dios de las promesas. Adviento es aguardar al que tiene que venir: el que está viniendo, el que está cerca, el que está en medio de nosotros, el que vino ya. Adviento es la esperanza, la esperanza de todos los hombres del mundo. Nuestra esperanza de creyentes se cifra en un nombre: Jesucristo.
El Adviento tiene, pues, esta doble dimensión paradójica: aguardamos al que ha venido, al que está viniendo, al que vino ya. Nuestra vida, pues, toda está definida por esta actitud de vigilante espera. Con cuánta razón en sus “Catequesis”, San Cirilo de Jerusalén afirma: «Os anunciamos la venida de Cristo, no sólo una, sino también una segunda que será mucho más gloriosa que la primera. La primera se realizó en el sufrimiento, la segunda traerá consigo la corona del reino.
Porque nuestro Señor Jesucristo casi todo presenta una doble dimensión. Doble fue su nacimiento: uno de Dios antes de todos los siglos; otro de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Doble su venida: una en la oscuridad y calladamente, como lluvia sobre el césped. La segunda en el esplendor de su gloria, que se realizará en el futuro».
La Liturgia.
Una de las principales fuentes en las que debe alimentarse nuestra fe y nuestra vida cristiana es la liturgia. Se trata de una inmensa gracia otorgada por el Espíritu Santo que nos llama a una adhesión confiada y a una activa colaboración. Como toda realidad humana el culto cristiano se despliega en el tiempo según los grandes ritmos del día, de la semana y del año. De esta manera la liturgia es el marco de una vida consagrada. Es la organización cristiana del tiempo y nos permite ubicarnos cristianamente en él.
Celebrando con María.
El ciclo del adviento nos lleva a la “epifanía del Señor”. Es el tiempo que nos prepara, invitándonos a la conversión, para celebrar la “venida en carne mortal del Hijo eterno del Padre”. Dios por amor se manifiesta a nosotros en la condición humana bajo los rasgos del “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. … Los pastores fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño recostado en un pesebre” (Lc.2,7.12. 16). Lucas narra con reverente asombro lo que sucedió. En su narración descubrimos la pobreza, la sobriedad, el silencio, el recogimiento, la pequeñez, todo revestido por la gloria divina: “La gloria del Señor envolvió con su luz a los pastores, …. De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el cielo..! (Lc.2,9.11). El campo resuena con los cánticos celestiales, que celebran la paz que baja a la tierra; la bienaventuranza divina transfigura la noche; la noche toda de la humanidad de todos los tiempos. El Adviento es, pues, la preparación gozosa para celebrar con un corazón nuevo aquello que aconteció de una vez para siempre: La Encarnación de Hijo eterno del Padre. “Por nosotros, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen”.
Adviento con María
Así como no podemos celebrar Navidad sin María, tampoco debemos celebrar el Adv. Ella. Ella es, por excelencia, la mujer del Adviento; Ella es la que prepara, “primero en su corazón, por la fe, y luego en su vientre purísimo, el misterio central: “Al llegar la plenitud de tiempo, Dios nos envió a su Hijo …. nacido de mujer, …para hacernos hijos suyos…” (cf. Gal.4,4ss.). María es el modelo, por ello, de la verdadera actitud de Adviento: es modelo de acogida, modelo de respuesta, de silencio, de oración esperanzada, de humildad y de escucha atenta de la Palabra. Con razón afirmaba S. Agustín: “María recibió la Palabra, primero en el corazón, luego en el vientre”, es decir, María es la mujer de la fe. Ella es “bienaventurada porque ha creído que se cumplirá todo lo que le fue anunciado de parte del Señor” (cf. Lc.1,45), según las palabras de Isabel. “Estas palabras se pueden poner junto al apelativo «llena de gracia» del saludo del Ángel. En ambos textos se revela un contendido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente «porque ha creído». La plenitud de gracia….significa el don de Dios mismo; la fe de María,…. indica como la Virgen ha respondido a ese don” (RM. 12).
Contemplada de este modo, María se convierte en “la presencia y el modelo activo y eficaz en la vida de la Iglesia” (RM. 1); en los momentos difíciles, marcados por la confusión y el desaliento, en los momentos en que el mal, en sus diferentes formas, arrecia y pareciera que no hay lugar para la esperanza, debemos contemplar a la Mujer del Adviento, a María que ora en el silencio de su corazón pidiendo que venga “el que tiene que venir”. Nuestra vida es toda ella un adviento, es decir, una espera activa y gozosa de la plenitud, “hasta que veamos a Dios, tal cual es”; mientras, caminamos la peregrinación de la fe. La Iglesia, confortada por la presencia del Cristo (Mt.28,20), camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que viene; vivimos el adviento como estado de vida y de fe. “Pero en este camino – deseo destacarlo enseguida – la iglesia procede recorriendo de nuevo el camino realizado por la Virgen María, que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (RM. 2; LG. 58). Esto es Adviento, propiamente dicho.
A lo largo de Año Litúrgico, unida siempre a Cristo, celebramos a María; no sólo están las fiestas que son “solemnes y obligatorias”, sino también las fiestas votivas. Pero es el Adviento el tiempo especial para celebrar a la Virgen Santa. “Durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen – aparte del 8 de Dic, fiesta de la Inmaculada – sobre todo en los días feriales desde el 17 al 24 de Dic. y, más concretamente el domingo anterior a Navidad, en que hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al comienzo de Cristo y del Precursor”. (MC: 3).
María es, pues, modelo y guía insuperable para vivir el significado del Adviento. En efecto, de este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu de Adviento, al considerar el inefable amor con que Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse «vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza», para salir al encuentro del Salvador que viene. Además se apreciará la unión inseparable de la Madre y el Hijo, unidad no pocas veces olvidada en la piedad popular. “Queremos, además, observar cómo la liturgia del Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual que puede ser tomado como norma par impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido, a veces en algunas formas de piedad popular, el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo”. (MC.4).
Resulta, pues, que este período, según los especialistas en Liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor. Diciembre, por lo demás, contiene una especial densidad mariana; si consideramos las fiestas de la Inmaculada y de la Guadalupana tenemos una oportunidad inmejorable para animar la liturgia adventual; el carácter precursor de María, la primera en la Historia de la Salvación, la segunda en la configuración de nuestra raza, encuadran perfectamente en el espíritu Adviento. Apoyados en la fuerza expresiva y actuante de la piedad popular podemos realizar un gran trabajo evangelizador; se cumplirá, entonces el lema: Por María a Jesús. Con toda legitimidad podemos dar este sesgo a los novenarios, triduos y peregrinaciones.
La cuestión femenina
Nuestra comunidad ha vivido el horror de los asesinatos de muchas mujeres. Por lo hechos tenemos que admitir que la mujer ha incursionado en el mundo de la delincuencia. En número de mujeres asesinadas es record. Se trata de algo incalificable y que ofende gravemente a Dios y a María que, «es mujer», según dice en el Documento de Puebla. Contemplar el misterio de María en este Adviento nos permite pensar cristianamente en la mujer. La piedad mariana no puede tomar tonos demagógicos, pero no puede tampoco resultar ausente frente a una cuestión que la doctrina de la Iglesia y el magisterio papal ha puesto de relieve. María es la más alta motivación para que la mujer recobre su dignidad.
Ante todo, la piedad mariana está llamada a favorecer la recuperación, donde haya sido ofuscada, de la visión cristiana de la mujer y de su misión, a saber: ilustrar el significado, la belleza, la fecundidad de la virginidad consagrada por el Reino; a restituir a la mujer el sentido de su dignidad, de su «diferenciación funcional, de su originalidad fascinante y su capacidad de afirmación; a devolverle la memoria histórica que le ayude a sacudirse la sensación de inferioridad. En fin, la piedad mariana, según su naturaleza, puede favorecer el reconocimiento pleno de los derechos civiles de la mujer en paridad con el hombre, así como el ejercicio práctico de ellos en la vida profesional, social y política. (cf. Haced lo que El os Diga. 81). Y, por sobre todas las cosas, la mujer de hoy, contemplando a María, quedará al abrigo de “teorías liberacionistas” que, más, bien, comprometen su verdadera dignidad y le impiden realizarse conforme a su verdad íntima; entonces, poseedora de la “Verdad que nos hace libres”, cumplirá la misión histórica que la Providencia le ha confiado. Celebremos, pues, el Adviento con María, la mujer libre, disponible para Dios.

FUENTE: Diocesis Ciudad Juarez

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